A veces nos cuesta hablar de sexo, pero hay que tener en cuenta que es una parte importante de nuestra vida individual y de pareja y por lo tanto debemos darle la misma importancia que la que damos a nuestra salud física.
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Os dejo un artículo interesante sobre lo subjetivo del placer.

FUENTE: El País.

¿Qué nos ocurre exactamente cuando tenemos un orgasmo?

El placer puede ser algo subjetivo. A lo largo de la historia, las mujeres han descrito lo que experimentaban de modos muy diferentes.

Si hay algo difícil de encontrar, tanto en la literatura como en el cine, es una buena descripción de lo que los franceses calificaron tan elegantemente como la petite mort. No me refiero a las trasformaciones fisiológicas que ocurren en nuestros genitales y en el cuerpo en general –esas han sido intensamente estudiadas desde Masters y Johnson hasta nuestros día–-, sino a las sensaciones, a nivel anímico, que experimentamos cuando alcanzamos la más intensa y placentera experiencia. Los que han estado al borde de la muerte –no de la petite, sino de la grand– relatan sus vivencias como una gran paz, una luz al final del túnel y una película detallada de toda la existencia, que se visualiza en cuestión de segundos –rezo para que la mía cuente con una mejor dirección y realización que las de Facebook–, pero no dan más detalles. Los orgasmos se describen también de forma imprecisa y esotérica. Un enorme placer, una relajación total, un abandono, pero ¿se ven elefantes rosas?, ¿nos entra la risa?, ¿queremos empezar a bailar, correr o gritar?, ¿van acompañados de banda sonora?

Como cuenta el libro La ciencia del Orgasmo, de Barry R. Komisaruk, Beverly Whippe, Sara Nasserzadeh y Carlos Beyer-Flores (Paidós, 2011), en 1976 los investigadores Vance y Wagner se preguntaron si la mayor parte de las personas y los dos sexos experimentaban las mismas cosas cuando llegaban al clímax. Para buscar una respuesta llevaron acabo el siguiente experimento: “propusieron a un grupo de estudiantes universitarios que describieran por escrito sus orgasmos, de manera que un jurado pudiera adivinar cuáles de las descripciones estaban escritas por hombres y cuáles por mujeres. En el jurado había ginecólogos, obstetras, psicólogos y estudiantes de medicina de ambos sexos. Antes de entregar las descripciones al jurado, los investigadores sustituyeron los términos específicos de cada sexo por otros neutros (como por ejemplo genitales, en lugar de pene o vagina) para esconder, intencionadamente, al autor de la descripción. Los jueces llegaron a la conclusión de que eran incapaces de distinguir el sexo de una persona a partir de la descripción escrita de su orgasmo

Masters y Johnson sostenían que la respuesta del cuerpo femenino al clímax es básicamente la misma: contracciones simultáneas y rítmicas del útero, la cavidad vaginal y el esfínter anal pero, como Sylvia de Béjar escribe en Tu sexo es tuyo (Planeta, 2006), “la rigidez de esta descripción está siendo cuestionada por numerosos terapeutas que llevan años escuchando las explicaciones de miles de mujeres acerca de cómo son y dónde sienten sus clímax (…) Hay mujeres que a penas tienen o carecen totalmente de contracciones, las hay que localizan sus orgasmos en la zona vulvar, otras dicen que se concentran en la vagina o hablan de un intenso calor uterino, otras se refieren a una oleada de placer que se expande por todo su cuerpo, incluso hay quien describe un calambre lumbar, una explosión cerebral o un cosquilleo ardiente en el pecho y las orejas”. “En definitiva”, continúa Sylvia más adelante, “el placer es algo subjetivo. Y lo es hasta tal punto que los terapeutas sexuales se refieren a la huella digital orgásmica de cada mujer, tan única como su huella digital”.

Como ven, la cosa se complica y si ya es imposible establecer puntos en común en cuanto a las sensaciones subjetivas, parece que ni siquiera esta tarea es factible a la hora de describir los cambios físicos. No todas nos ajustamos a los pasos que determinaron los protagonistas de la serie Masters of Sex. Tal vez por eso muchas mujeres argumentan no saber si han tenido orgasmos o no. Algo que puede resultar inverosímil, pero que resulta bastante habitual. Según Francisca Molero, ginecóloga, sexóloga y directora delInstitut Clinic de Sexología de Barcelona “normalmente cuando una paciente te dice eso se entiende que no ha llegado nunca al clímax, pero no siempre es así. A veces el problema reside en que la mujer no sabe identificar lo que está sintiendo como un orgasmo, no lo reconoce. Esto puede ser fruto de las falsas expectativas que el cine, Internet o la sociedad nos ha creado. En estos casos el vibrador es siempre la prueba del algodón, aprender a reconocer un orgasmo con estimulación del clítoris es el primer ejercicio que deben hacer”.

Excitación y placer son conceptos distintos y mientras el primero pertenece a la dimensión fisiológica y forma parte de los reflejos, las sensaciones y las habilidades corporales; el segundo tiene más que ver con la psique, la capacidad de percibir cosas y las connotaciones que se les atribuyen –positivas o negativas–, la imaginación erótica e incluso los sentimientos. Lo que supone que estar excitada y sentir placer no siempre son actos consecuentes.

En sexología se ideó el término orgasto para diferenciarlo de orgasmo. El primero designa la respuesta fisiológica del clímax, que todos conocemos; mientras que el segundo sería la experiencia cerebral de lo anterior. Para llegar al éxtasis es necesario que esa información física llegue al cerebro y que éste le de paso, la deje entrar, por lo tanto hay siempre algo de ‘autorización’ a la hora de experimentar un orgasmo. La mayoría de los casos de anorgasmia primarios –en los que nunca se ha tenido esta sensación- se deben, según Francisca Molero, “a una falta de adiestramiento personal y a causas psicológicas más que físicas: una mala programación en la visión o idea que nos inculcaron del sexo, falta de aceptación, tensión emocional o incapacidad para dejarse llevar, propia de mentes excesivamente racionales”. Para tener un orgasmo hay que tener previamente un orgasto, pero este no nos garantiza, necesariamente, tocar el cielo.

En la cinta, Rachel, una ama de casa y madre de tres hijos estadounidense, relata sus intentos de no sucumbir a la seducción de su lavadora ––todo lo que produce una vibración puede agravar este trastorno–. La excitación aparece sin previo aviso y sin que la mujer la pretenda. Puede ser cuando hace la compra en un supermercado, en medo de la clase de pilates o cuando se está en el banco, tramitando las condiciones de un préstamo. El título del documental responde a la realidad, ya que algunas mujeres confiesan que, si no se controlaran, podrían tener hasta 100 orgasmos diarios.

Heather, en Carolina del Sur, es otro de los personajes con este síndrome que desfilan por el vídeo. Ex novia de Marilyn Manson, la comunidad religiosa local achacó su enfermedad a un castigo divino, por haber sido novia del satánico cantante. Otra de las protagonistas, Jeannie, relata como acudió a un ginecólogo en busca de ayuda y este le contestó: “lo que usted tiene es el sueño de cualquier hombre”. Según Francisca Molero,“no hay todavía un tratamiento para este trastorno, que no es sino una desconexión entre el cerebro y la parte genital. Lo que mejor resultado está dando es la terapia cognitivo conductual”.

A principios de año, Liz, una mujer de Seattle, experimentó un orgasmo de tres horas que la llevó a urgencias. Tras mantener relaciones con su pareja, como relata el periódico inglés Daily Mail, observó que el clímax no disminuía ni cesaba. Trató de hacer cosas para suprimirlo como saltar o beber vino, hasta que decidió ir al hospital. Allí, una hora después, consiguieron que Liz volviera a su estado normal. Los médicos no encontraron una explicación válida al asunto.

Como imagino que el caso de la chica de Seattle o el de las mujeres del documental no son los que más abundan, sino todo lo contrario, acabo con una cita del libro de Valérie Tasso, Antimanual de Sexo (Temas de Hoy, 2008): “el orgasmo no es una casualidad que se presenta, es una decisión que se toma. Una determinación a la que se llega, después de haber realizado una valoración, durante la interacción sexual, de esas circunstancias concretas que nos proponen la posibilidad del orgasmo. (…) Un orgasmo no se tiene, se aprende a tenerlo. O mejor dicho, se aprende a “permitirse” obtenerlo. Hay que instruirse no solo en un conocimiento de la propia reacción sexual frente a determinados estímulos anatómicos (saber cómo es nuestro cuerpo y qué y de qué forma nos procura placer), sino, sobre todo, hay que formarse en el difícil arte de dejarse llevar, de dejar que la decisión quede en manos de nuestra respuesta sexual y no de nuestras “razones”. Cuando la razón aparece, el orgasmo huye como los corderos del lobo. Cuando la razón toma la decisión, el orgasmo ya ha tomado la decisión antes (…). La anorgasmia es la imposibilidad de alcanzar el orgasmo, no la imposibilidad de alcanzar un orgasmo”.